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EL AYER DE LA EDUCACIÓN FEMENINA

Una mirada retrospectiva a la realidad educativa de la mujer. El punto de vista de Emilia Pardo Bazán.



Emilia Pardo-Bazán (1851-1921), aparte de esposa y madre, fue una excepcional novelista, poetisa, periodista, ensayista, crítica literaria, dramaturga, traductora, editora, conferenciante, catedrática de Literaturas Neoclásicas en la Universidad Central y Presidenta del Ateneo de Madrid, consejera de Instrucción Pública, fundadora de la “Biblioteca de la Mujer”, entre otras muchas cosas. Pero, ante todo, se convirtió en una precursora por sus ideas acerca de los derechos de las mujeres y dedicó su vida a defenderlos tanto en su trayectoria vital como en su obra literaria en la que plasmó sus ideas acerca de la necesidad de modernización de la sociedad española, sobre la educación femenina y el acceso de las mujeres a todos los derechos y oportunidades que tenían los hombres.


Entre 1889 y 1913 fue la etapa de mayor compromiso personal de Emilia Pardo Bazán con uno de los temas que más le preocupó durante toda su vida y que constantemente aflora en su narrativa: la promoción social, cultural y política de la mujer española tan alejada de lo que, ya en aquel momento, se sucedía en países vecinos. En un artículo publicado en 1892 dijo lo siguiente:

“[...] yo he procurado saber lo que se piensa en Europa respecto a los problemas que entraña la educación y condición social, jurídica, política y económica de la mujer. Pues bien: cada opinión española que leo me deja fría, causándome un desaliento infecundo y amargo”

Convencida plenamente de que era imprescindible situar a la mujer en una posición de igualdad con respecto al hombre de su tiempo, dedicó innumerables esfuerzos a conseguirlo a través de su pluma. Los artículos y ensayos que sobre la mujer española publicó, además de los temas tratados también en un buen número de sus obras narrativas evidencian su decidido apoyo al incipiente movimiento feminista.


Emilia Pardo Bazán a diferencia de la mayoría de las escritoras del siglo XIX no se contentó solo con dar a conocer sus obras literarias, sino que aspiró a participar activamente en la vida pública, consiguiendo, a pesar de las frecuentes censuras de algunos de sus contemporáneos, tanto el reconocimiento como escritora profesional como el de dinamizador de la sociedad. La tenacidad, con que Emilia Pardo Bazán luchó contra los convencionalismos sociales de su época, contribuyó a abrir a otras mujeres las puertas para aquellos espacios vedados hasta ese momento. Doña Emilia no quiso ser una mujer a la que se tolerase que escribiera. Ella aspiró a algo más, a desarrollar la misma actividad intelectual que cualquier miembro de la generación de escritores a la que perteneció, de ahí que compaginase durante estos años la creación literaria con la publicación de artículos de actualidad y ensayos feministas. Asimismo, participó directamente en todos aquellos actos públicos que pusieron de relieve la igualdad entre hombres y mujeres. También impartió conferencias sobre los más diversos temas y desarrolló actividades académicas, lo que le permitió alcanzar no sólo mayor prestigio y empoderamiento personal; sino, sobre todo, abrir nuevos caminos para la mujer.


Emilia Pardo Bazán, confesó que el germen de su radical postura, teórica y práctica, a favor de los derechos de la mujer se fraguó en su más tierna infancia, pues su propio padre siempre se manifestó partidario de la igualdad entre hombre y mujer. La familia es la mejor escuela y, esto, deberíamos tenerlo todos presente.

Otra de las fuentes con las que Emilia Pardo Bazán hizo fructificar sus ideas fue su estrecha relación con Francisco Giner de los Ríos, uno de los principales responsables de la Institución Libre de Enseñanza que defendían a ultranza la promoción social e intelectual de la mujer del último tercio del siglo XIX y pusieron en marcha toda una serie de iniciativas y proyectos encaminados a paliar el estado de abandono en que se encontraba la mujer (desde «Conferencias dominicales para la educación de la mujer», hasta la creación de centros escolares con fines puramente profesionales), convencidos de que la ansiada renovación de España no se alcanzaría solo incidiendo en la mitad masculina de la población.


Además, el cambio de actitud que se derivó de la proclamación de la Constitución de 1869, en cuyo texto se garantizaba la libertad de expresión, asociación, educación y religión, contribuyó, así mismo, a que Emilia Pardo Bazán intensificase su atención al tema que fue eje de su propia vida: el reconocimiento de los derechos de la mujer en una sociedad que miraba con recelo o con burla cualquier intento de la mujer por salir del papel de esposa y madre que dicha sociedad le había asignado.


La mujer española y La educación del hombre y de la mujer, lecturas muy recomendadas, aunque sean decimonónicas, son imprescindibles para el conocer la historia del movimiento feminista en España. En ellas, de forma rotunda, exige la igualdad social, intelectual, moral, sexual entre hombres y mujeres. Esta denuncia no es siquiera equiparable a las tímidas quejas de otras mujeres que lucharon por los derechos femeninos a lo largo del siglo XIX. Ni siquiera Concepción Arenal llegará tan lejos a la hora de desafiar a la sociedad, pues, aunque defendió los derechos en La mujer del porvenir y La mujer de su casa, en el terreno personal adoptó una postura más sumisa.


El pensamiento feminista de Emilia Pardo Bazán se concreta en las denuncias que hace contra los principios morales y sociales que habían conducido a la mujer a un estado de infantilismo, una subordinación plena a la que estaban condenadas. Tenía una fe ciega en la educación como única vía capaz de transformar la realidad social y, consecuentemente, exigirá con vehemencia el derecho de la mujer a recibir dicha educación.


“No puede, en rigor, la educación actual de la mujer llamarse tal educación, sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión [...]. Es la educación de la mujer preventiva y represiva hasta la ignominia”

“Apenas pueden los hombres formarse idea de lo difícil que es para una mujer adquirir cultura autodidáctica y llenar los claros de su educación. Los varones, desde que pueden andar y hablar, concurren a las escuelas de instrucción primaria; luego al Instituto, a la Academia, a la Universidad, sin darse punto de reposo, engranando los estudios [...] Todas ventajas; y para la mujer, obstáculos todos”


En su obra, La educación del hombre y de la mujer, establece las relaciones y diferencias que existen en la educación que recibe cada uno de los sexos. Los métodos, los programas y las materias son afines a ambos, sin embargo, en lo íntimo y fundamental, en los principios que rigen la educación del hombre y de la mujer, las diferencias son insalvables:

“Mientras la educación masculina se inspira en el postulado optimista, o sea la fe en la perfectibilidad de la naturaleza humana [...] la educación femenina derívase del postulado pesimista, o sea del supuesto de que existe una antinomia o contradicción palmaria entre la ley moral y la ley intelectual de la mujer, cediendo en daño y perjuicio de la moral cuanto redunde en beneficio de la intelectual, y que -para hablar en lenguaje liso y llano- la mujer es tanto más apta para su providencial destino cuanto más ignorante y estacionaria, y la intensidad de educación, que constituye para el varón honra y gloria, para la hembra es deshonor y casi monstruosidad”.

El “providencial destino” al que alude es la condición reproductora que rige la vida de la mujer del siglo XIX. Una facultad biológica que la limita en el plano social y educativo, pues por un lado la supedita a la esfera familiar y por otro la conduce a la total ignorancia. Emilia Pardo Bazán sostendrá, por el contrario, que la mujer tiene derecho a un destino individual, pues la mencionada capacidad reproductora no debe anular las restantes funciones de la actividad humana. De ahí que señale, con su ironía proverbial, que “todas las mujeres conciben ideas, pero no todas conciben hijos. El ser humano no es un árbol frutal, que solo se cultive por la cosecha”.


Emilia Pardo Bazán protesta por esa doble escala de valores que se inculca dependiendo del sexo de los individuos. Mientras que en el varón las cualidades morales más valoradas son el valor, la dignidad personal, la firmeza de carácter, la independencia, la fecunda ambición de descollar entre sus semejantes, la firmeza del pensamiento, la lealtad, la veracidad, la iniciativa, la noble altivez, el amor al trabajo... esos mismos valores se combaten explícita o implícitamente en la educación femenina.

“La mujer se ahoga, presa de las estrechas mallas de una red de moral menuda, menuda. Debercitos; gustar, lucir en el salón. Instruccioncita: música, algo de baile, migajas de historia, nociones superficiales y truncadas. Devocioncilla: prácticas rutinarias, genuflexiones, rezos maquinales, todo enano, raquítico, como los albaricoques chinos. Falta el soplo de lo ideal, la línea grandiosa, la majestad, la dignidad, el brío”

Es consciente de que la educación del hombre se basa en la idea de rentabilidad, de ahí que cualquier padre de familia no escatime ningún esfuerzo en beneficio de la formación del potencial candidato a excelente profesional, político y hombre que brille en la vida social. Una rentabilidad que no se obtiene en la formación de la mujer, pues la sociedad solo le concede un único destino, una única función, la maternidad. De ahí que los esfuerzos educativos de los progenitores, en el caso de las niñas, se dirijan a otorgarles un superficial barniz de cultura que las haga más atractivas a los ojos de sus admiradores y alcancen el ansiado matrimonio.

“[...] Por más que todavía hay hombres partidarios de la absoluta ignorancia en la mujer, la mayoría va prefiriendo, en el terreno práctico, una mujer que, sin ambicionar la instrucción fundamental y nutritiva, tenga un baño, barniz o apariencia que la haga "presentable". Si no quieren a la instruida, la quieren algo educada, sobre todo en lo exterior y ornamental. El progreso no es una palabra vana, puesto que hoy un marido burgués se sonrojaría de que su esposa no supiera leer ni escribir. La historia, la retórica, la astronomía, las matemáticas son conocimientos ya algo sospechosos para los hombres; la filosofía y las lenguas clásicas serían una prevaricación; en cambio, transigen y hasta gustan de los idiomas, la geografía, la música y el dibujo, siempre que no rebasen del límite de aficiones y no se conviertan en vocación seria y real. Pintar platos, decorar tacitas, emborronar un "efecto de luna", bueno; frecuentar los Museos, estudiar la naturaleza, copiar del modelo vivo, malo, malo. Leer en francés el figurín, y en inglés las novelas de Walter Scott..., ¡psh!, bien; leer en latín a Horacio..., ¡horror, horror, tres veces horror!”.

En este momento histórico la educación se daba a la mujer, según Emilia Pardo Bazán, parecía estar elegida con el propósito de labrar su desdicha. La presunta inferioridad intelectual congénita de todo el sexo femenino condiciona la instrucción de la mujer, y la educación que recibía quedaba reducida a un aprendizaje de cosas vanas e intrascendentes. Perpetúa el ideal de “ángel del hogar”, de esa mujer honesta, prudente, económica, esposa y madre amante, cuyas perfecciones se resumen en una frase clásica de la época: mujer que no piensa más que en su casa, en su marido, en sus hijos. Emilia Pardo Bazán, insistió con vehemencia que la mujer tenía un “destino propio” y, por eso, su educación debía contribuir a lograr el reconocimiento de su propia dignidad y, por ende, su propia felicidad. Evidentemente, Emilia Pardo Bazán está a favor de que la mujer cultive sus dotes intelectuales, único camino posible para conseguir la igualdad con el hombre.

“Aspiro, señores, a que reconozcáis que la mujer tiene un destino propio; que sus primeros deberes naturales son para consigo misma, no relativos y dependientes de la entidad moral de la familia que en su día podrá constituir o no constituir; que su felicidad y dignidad personal tienen que ser el fin esencial de su cultura, y que por consecuencia de ese modo de ser de la mujer, está investida del mismo derecho a la educación que el hombre”.

En su artículo “La mujer española”, censuró a los hombre de su época el apego a mantener inalterable, a pesar de los cambios y progresos sociales, el concepto tradicional de mujer:

“Para el español -insisto en ello- todo puede y debe transformarse; sólo la mujer ha de mantenerse inmutable y fija como la estrella polar. Preguntad al hombre más liberal de España qué condiciones tiene que reunir la mujer según su corazón, y os trazará un diseño muy poco diferente del que delineó Fr. Luis de León en La perfecta casada, o Juan Luis Vives en La institución de la mujer cristiana, si ya no es que remontando más la corriente de los tiempos, sube hasta la Biblia y no se conforma sino con la Mujer fuerte. Al mismo tiempo que dibuja tan severa silueta, y pide a la hembra virtudes del filósofo estoico y del ángel reunidas, el español la quiere metida en una campana de cristal que la aísle del mundo exterior por medio de la ignorancia”.

Postura que lleva, desde su punto de vista, a considerar a la mujer como un ser inferior y dependiente del hombre. En su intervención en el Congreso Pedagógico de 1892, doña Emilia adopta una postura mucho más radical en defensa de una educación que libere a la mujer de la ignorancia en la que vive, pues en esta ocasión la escritora no se conforma con denunciar, sino que también exige que la sociedad reconozca que la educación que le ofrece a la mujer es “deficiente, casi nula, y que es preciso extenderla y elevarla hasta los mismos límites de la del hombre”. No era partidaria de una educación distinta para cada sexo; reclamaba la coeducación o educación mixta como el medio más seguro para lograr la ansiada igualdad entre los seres humanos.


La siguiente conclusión a la que llega la escritora es de orden práctico, pues exige sin más dilación que la enseñanza oficial se extienda a la mujer y se le permita ejercer y desempeñar los puestos a que le den opción sus estudios y títulos académicos ganados con su inteligencia y esfuerzo. Emilia Pardo Bazán se lamenta de que los centros oficiales universitarios permanezcan cerrados a las mujeres y de que solo, dependiendo de la buena voluntad de los rectores o profesores, se permita, excepcionalmente, a alguna mujer acudir a sus aulas. Emilia Pardo Bazán aspira para la mujer de su época simplemente lo que deseaba para ella misma.


Emilia Pardo Bazán no vio cumplido su deseo, pues la sociedad española tardó aún bastantes años en reconocer a la mujer los mismos derechos sociales, culturales y políticos de que goza el hombre, aunque, es indiscutible su brillante contribución a la causa.


Emilia Pardo Bazán se adelantó radicalmente a su tiempo, y, sin duda, nos abrió camino porque la educación ha significado capacitación y empoderamiento para la mujer, ha sido el primer paso para la equidad en el acceso a los recursos productivos y la adquisición de facultades para acceder al mundo laboral. Gracias.


REFLEXIONES FINALES


Antes de dar por zanjado el tema, me gustaría hacer una breve puntualización, bajar “los pies a la tierra”, a nuestra tierra, a nuestros pueblos.


Hasta ahora, se ha dejado constancia del sistema que, a nivel general, regía la educación femenina; pero, a pesar de todo lo arbitrario y sesgado que parezca, ni siquiera era comparable con la realidad de la educación de la mujer rural, porque su papel social y laboral (a nivel político, ni siquiera contaba) era también muy distinto.



La mayor preocupación de las familias era pensar en qué iban a poder dar de comer a sus hijos al día siguiente. La inquietud por su aprendizaje era un mal menor, poseía importancia, sí, porque los padres anhelaban un mejor futuro para ellos y eran conscientes de que la educación de los niños era importante; aunque, sin duda, no más que la propia supervivencia. Por eso, el absentismo escolar era lo más común cuando toda la fuerza de trabajo, hasta la de las manos más pequeñas, era necesaria para arrancarle a los campos y al ganado, el sustento.


La época de mayor afluencia a las escuelas eran los meses de invierno, cuando las labores agroganaderas se ralentizaban; si bien, en muchos pueblos ni siquiera las había (porque parte de la financiación del paupérrimo sueldo de los maestros la debían aportar los Ayuntamiento o los padres… y, ni las arcas municipales ni las economías familiares, estaban para muchos dispendios) y los niños debían caminar varios kilómetros por aquellos caminos pedregosos, embarrados… bajo condiciones climáticas demasiado duras, con sólo un trago de leche y un “regojo” de pan en el estómago, con escasa ropa y precario calzado,… y, aun así, asistían, hasta aprender “lo que no sabían los padres”, tanto niños como niñas; sin embargo, con diferencias notables entre unos y otras.



Las aulas femeninas eran ocupadas diariamente por veinte, treinta y hasta cuarenta niñas, de todos los niveles formativos. En ellas, eran instruidas, por supuesto, por una mujer, sobre todo en la religiosidad y conocimientos de “labores propias de su sexo” (costura, bordado, ganchillo, calceta,… y, dependiendo de la maestra que hubiera tocado en suerte, hasta algunas nociones de “economía doméstica”). A esto, se añadían un amplio abanico de “valores propiamente femeninos”, entre los que primaban el respeto, la sumisión al hombre, la honorabilidad y el recato, como parte del patrón femenino aceptado socialmente tanto en las ciudades como, sobre todo en los pueblos; es decir, el objetivo era llegar a ser algo tan simple como buenas hijas, esposas y madres. Esto era lo único importante.


Al contrario que sucedía con los varones, los conocimientos académicos, quedaban en segundo plano. A pesar de haber estado escolarizadas hasta los 13 o 14 años, el analfabetismo femenino era flagrante y no era sólo la falta de escuelas o el absentismo; sino el tipo de enseñanza que recibían en las “escuelas de niñas”. Los padres que escolarizaban a sus hijas no querían para éstas la lectura y la escritura o “las cuatro reglas” y mucho menos Gramática, Historia o Geografía; lo que se pretendían no era prepararlas para salir al mundo a buscar un modo de vida mejor que el del pueblo, como en el caso los de los chicos, sino para que cumplieran lo que se consideraba su función natural: llevar una casa, cocinar, coser, hilar y tejer, remendar, quizá hasta hacer encaje o bordar, ayudar en las tareas agrarias, cuidar a su marido, criar a sus hijos, enseñarles a rezar, hacerse cargo de los padres y los suegros ya ancianos,… y esto, de sol a sol, 365 días al año, sin rechistar, ni descanso posible y, por supuesto, ningún tipo de reconocimiento social.


Poco a poco, esta sangrante, triste y lamentable situación fue cambiando y no sólo por los avances legislativos en materia de educación, sino también por el tesón y dedicación de muchas maestras con destino rural que quisieron abrir la puerta del conocimiento para sus alumnas.


Hasta la generalización de las “escuelas mixtas”, estas mujeres, fueron una figura esencial en la evolución y desarrollo de nuestros pueblos. Han sido ellas las que, luchando contra obstáculos tan arduos como la falta de infraestructuras y material docente, la negación de los padres hacia los cambios,… o la escrupulosa vigilancia de su trabajo, su vida y conducta fuera de las aulas por todos y cada uno de los miembros de la sociedad (padres, madres, sus compañeros maestros, vecinos, sacerdotes o los propios alcaldes), transformaron, paso a paso, el constreñido mundo de las mujeres rurales. Su empeño por ir más allá de prepararlas para “las labores propias de su sexo” o dotarlas de una simple alfabetización, su esfuerzo pedagógico por equipararlas en cuanto a conocimientos con los hombres merece un reconocimiento que, aún, no se les ha dado.



Sirvan estas palabras para poner de manifiesto que las maestras de nuestros pueblos han sido un agente dinamizador, de conversión social, promotoras de cambio y socializadoras del colectivo con más riesgo de exclusión de la comunidad rural, las mujeres. No obstante, a la vista de la realidad que vivimos en este primer tercio del siglo XXI en el que estamos, surge la cuestión de preguntarnos si lo lograron. Reflexionemos sobre ello.


Ana Fe Astorga González.

Gerente Asociación Montañas del Teleno

Marzo de 2023

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