Las Montañas del Teleno son solana y umbría, “solano” y “abeseo”, ni más ni menos que las inseparables, cara y cruz de una misma moneda.
A barlovento, una explosión de colores verdes, violetas, amarillos, la humedad, la flora exuberante, la fauna generosa,… y, a sotavento, los tonos ocres y cenicientos, la aridez, la encina, el roble, los suelos desnudos y rocosos, cada vez más yermos según se asciende… y, es que hay tantos tipos de montaña como montañas hay… una misma “especie” con infinitas pluralidades.
Vamos a tratar de contar la historia de unos de esos paisajes abruptos y de sus curtidos paisanos; un pacto de convivencia entre unos hombres y una tierra que se remonta no años atrás, ni siglos, sino miles y miles de años en el tiempo. Una historia que nace en los albores de la humanidad en un escenario concreto, la Sierra del Teleno.
Cuando el ser humano comenzó a ser, eso, humano, buscó el mejor lugar para poder vivir. Un lugar que le proporcionara agua, comida, refugio… y, las montañas, se lo dieron. En sus abrigos y cuevas, había guarida segura para la prole. En sus muchos ríos, arroyos, riachuelos y fuentes, agua cristalina y peces. En sus montes, caza, leña, frutos recolectables y hierbas curativas. En sus fondos de valle terrenos fértiles y regables para la incipiente agricultura y, desde cualquier punto, la vista permitía divisar en lontananza y poder anticiparse a los peligros que se cernían. En definitiva, las montañas le dieron TODO al hombre y es merecido devolverles el favor.
En nuestro rincón Suroeste de la orla montañosa leonesa, a la sombra y custodia de las sierras del Teleno, de La Cabrera o los Montes Aquilanos, al amparo de valles regados por ríos de cristalinas aguas y áureas reminiscencias o junto a los surcos que hacen de Este a Oeste y de Sur a Norte los “Caminos de Santiago y la Vía de La Plata se abrazan al suelo los sorprendentes pueblos donde habitan desde tiempo inmemorial las gentes de “Montañas del Teleno”.
Al Norte y Noroeste, el Teleno se da la mano con los Montes de León; la Sierra de La Cabrera marca, por el Sur, la divisoria geográfica con la comarca zamorana de Sanabria y por el Este el terreno montano se va allanado hasta desvanecerse en la Ribera del río Órbigo y el Bajo Páramo. Desde la cima del monte más emblemático, el Teleno, en días despejados, se alcanza a divisar todo el Valle del Silencio, La Cabrera Alta, Valdería, La Maragatería y Alto Duerna,... y dicen los mejores avizores que hasta las mismas torres de la Catedral de Astorga parecen recortarse en el horizonte.
La Cabrera, la Maragatería y parte de los valles formados por los cursos altos de los ríos Eria, Tuerto, Duerna, Turienzo o el Jamuz han inspirado a poetas de la talla de Leopoldo Panero, Antonio Colinas, Luis Carnicero,… que con su sensibilidad supieron ver en su aparente desamparo el inmenso tesoro que encierran. Todo el territorio cobija un amasijo de valores únicos casi por descubrir que va siendo hora ya que conozca el mundo.
Como en toda montaña que se precie, los rasgos dominantes son los contrastes de altitud y lo abrupto del terreno, resultado de una intensa historia geológica. Hoy, todo el espacio presenta una considerable elevación media (entorno a los 1.000 metros) y en las principales alineaciones se superan los 2.000 metros (Monte Teleno 2.188, Pico Vizcodillo 2.122 o Peña Trevinca 2.040 metros); pero, hace 400 millones de años esta tierra estaba sumergida bajo los mares, como lo demuestra el hallazgo en la Cabrera Baja del mayor yacimiento mundial de fósiles pertenecientes a unos organismos hoy extinguidos, los “graftolitos” que se desarrollaron durante más de 100 millones de años y formaron parte del mismo nivel evolutivo a partir del cual surgieron todos los animales vertebrados, incluso el hombre.
Los relieves son, pues, muy antiguos y desde su formación originaria han sufrido una intensa acción de modelado, rejuvenecimiento por nuevos movimientos terrestres y, por último, modificados por una intensa acción erosiva a lo largo de la era cuaternaria (desde hace 1,8 millones de años hasta la actualidad). Por eso, las culminaciones de los montes presentan formas alomadas confiriendo al paisaje perspectivas muy diferenciales entre ambas vertientes, pues mientras en la cara Este son amplias y suaves, en la Oeste muestran empinadas laderas de las que sobresalen vigorosas aristas de pizarra y tajantes valles, profundos y estrechos, excavados en forma de “V” por los cursos de agua.
En los sectores más abruptos existen numerosas huellas de la acción ejercida por los hielos durante el periodo glaciar del Pleistoceno (hace más de 2,5 millones de años), sobre todo en la vertiente septentrional de la Sierra de La Cabrera y en la ladera Norte del Teleno (por encima de los 1.400-1.700 metros), dotadas de gran interés para investigadores, estudiosos o simples admiradores de los parajes con singularidad geológica, biológica y paisajística. Sirva de ejemplo sobresaliente los Lagos de La Baña y Truchillas -declarados Monumento Natural mediante Decreto 192/1990 de 11 de Octubre por la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Junta de Castilla y León-, la Laguna del Malicioso al N.E. del pico Vizcodillo,..., valles en forma de “U” o “artesa”, rocas pulidas por el paso del hielo o aborregadas, acumulaciones de piedras transportadas por el hielo del glaciar o “morrenas”, etc.; sin duda, obras de la naturaleza cuya inaudita visión hará del viaje por Montañas del Teleno algo imposible de olvidar.
No obstante, sin duda, el rasgo más singular del relieve lo ha tallado la mano del hombre en busca de otro de los tesoros que encierran las montañas, oro. En los primeros siglos de nuestra Era, la explotación minera ha esculpido un horizonte de crestones rojizos de abruptas paredes, cuevas, conos de deyección, murias, rañas, lavaderos, arado en peines, canales de conducción de agua que como tajos horizontales y paralelos diseccionan las laderas de los montes,… y hacen de estas tierras un reducto único con fines didáctico-etnográfico y turísticos,…
Por su parte, las diferencias de altitud y de orientación del territorio inciden en la aparición de marcados contrastes climáticos:
- La Cabrera Alta, La Maragatería, la Valdería, el valle del Jamuz y el interfluvio Tuerto-Turienzo soportan inviernos largos y fríos con una marcada continentalidad y veranos cortos y cálidos,
- La Cabrera Baja goza de temperaturas más suaves y menos contrastadas con áreas de microclima de rasgos mediterráneos.
- mientras que en las serranías dominan las condiciones típicas de los climas de montaña, más fríos (la temperatura desciende a un ritmo aproximado de 5º C cada 1.000 metros de altitud).
La desigual distribución geográfica de las precipitaciones es fruto de la localización respecto a la muralla que suponen los relieves para la penetración de las influencias marinas del Atlántico. Las áreas protegidas por los escarpes de la Sierra del Teleno, registran lluvias alrededor de 700 mm. anuales, mientras en los sectores de valle a favor de los vientos del Oeste se llegan a recoger más de 1.500 mm).
Las aguas superficiales forman las redes hidrográficas de los ríos Eria, Duerna, Jamuz, Turienzo y Tuerto (tributarios del Duero) que recorren todo el sector Este, y la red del Cabrera (afluente del Sil) que quebranta a su paso las tierras del tercio Oeste. La divisoria entre ambas cuencas está en las soberanas cumbres de los Montes Aquilanos y las sierras del Teleno y Cabrera.
La antigüedad del poblamiento en Montañas del Teleno se remonta a la prehistoria. Muestra de ello son las pinturas rupestres encontradas en el término de Morla de la Valdería (Castrocontrigo) en los abrigos naturales de la Peña del Pozo Rocebros y en el Cerro Llamaluenga, y los petroglifos de Filiel que son enigmáticas representaciones gráficas hechas por los más remotos montañeses (entre el tercero y el segundo milenio a. de C.).
A lo largo del neolítico, la edad del bronce, la del hierro, y hasta la conquista del territorio por los romanos, se sucedieron asentamientos dispersos de gentes en pequeños núcleos.
Los primeros habitantes estables en Montañas del Teleno fueron tribus de la “Cultura Castreña”, con una base económica agrícola-ganadera de subsistencia. Aunque los autores romanos calificaron a las gentes del Noroeste de Hispania de salvajes, bárbaros y agrestes, sin embargo, los conocimientos que tenían sobre agricultura, ganadería e incluso metalurgia eran bastante destacables.
En aquellos tiempos, los individuos se organizaban en pequeños poblados constituidos por varias unidades familiares con relaciones de parentesco entre sí. La lucha por la supervivencia y el territorio determinó que los emplazamientos se eligiesen en lugares bien delimitados y protegidos del resto de las gens circundantes; es decir, con localización claramente defensiva diseminada por las montañas. Los restos de estos castros se encuentran a lo largo de todo el territorio (Corporales –La Corona-, La Baña, Castrillo de Cabrera, Nogar, Rabanal del Camino, Pedredo, Boisán,...).
A pesar de las dificultades para la invasión que ofrecían estos montañosos territorios, los planes expansionistas del Imperio Romano no cesaron en su empeño y, tras años de contienda, incluso estas tierras, defendidas por gentes que se resistieron valerosamente, cayeron “bajo las alas del águila del Palatino”. Así, una vez finalizada la ocupación de toda Hispania, se instauró un periodo de convivencia pacífica denominado Pax Augusta y se dio comienzo a los monumentales trabajos mineros del conjunto de Las Médulas y a lo largo y ancho de los cauces de los ríos Eria, Cabrera, Duerna Turienzo,… y sus afluentes. La existencia de oro en forma de “placeres” (en los cauces), en forma de “aluvión” (en el subsuelo) y en “filones” (entre las rocas) provocó la remoción de una gran parte de la comarca a través de grandes obras de ingeniería (trasvases de agua, conducciones, desmontes,...) aún visibles hoy en día, tras casi 2000 años de tiempo transcurridos.
El resultado de esta explotación que se prolongó desde el siglo I después de Cristo hasta su declive en el siglo III, fue la reordenación del territorio, tanto del paisaje como del hábitat humano lo que aporta la principal singularidad de este territorio montano.
En el año 409 los Suevos entran en la península, junto con otros pueblos bárbaros, invaden la Gallaecia (región del noreste en la que se incluía el Convento Asturicense y, por tanto, los enclaves que hoy son Montañas del Teleno) y establecen aquí sus reinos mediante pactos con los romanos. Pocos años más tarde, los Visigodos, llegan a Hispania como aliados de Roma para expulsar a Suevos, Vándalos y Alanos. A pesar de todo, apenas quedan restos del pasado bárbaro en estas tierras; pero, es de suponer que, dado su desastroso sistema político y su organización, todo el espacio fuera escenario de frecuentes luchas lo cual fue hábilmente aprovechado por los musulmanes para la toma del poder.
La invasión musulmana, estratégicamente facilitada por el sistema viario de los romanos, fue muy rápida (se consumó entre los años 711 y 714). Pero, nuevamente, las gentes de las montañas presentaron una tenaz resistencia contra Al Andalus. No existen datos documentales precisos sobre esta época histórica en Montañas del Teleno; pero, si tenemos en cuenta que en la tradición oral existen multitud de leyendas, mitos,… (incluso dichos para asustar a los niños) que tienen como protagonistas a “los moros” y sus correrías, podemos aventurar que nuestra tierra no debió salir muy bien parada en aquella y probablemente, a causa de la repetida sucesión de incursiones islámicas que crearon un clima de inseguridad y temor, se produjo la práctica despoblación del territorio.
La famosa Batalla de Covadonga, fue el punto clave para el surgimiento de “la Reconquista” y la formación del primer reino Cristiano, el Reino Astur que, lentamente, fue expandiendo sus dominios hacia el Sur. A la muerte del rey Alfonso III, la división de sus posesiones entre tres de sus hijos dio lugar a la fundación de un nuevo reino, el de León, heredero y continuador del de Asturias, que llegó a extenderse por Galicia y el valle del Duero, por la llamada “tierra de nadie” (de la que también formaba parte Montañas del Teleno).
Se conserva constancia escrita de que estas “tierras de nadie” comenzaron a ser de nuevo pobladas en el siglo X, por los monjes de los monasterios bercianos -en especial el de San Pedro de Montes y el de Peñalba de Santiago- y bajo el auspicio de la monarquía y la nobleza leonesa con grandes linajes que se adueñaron del espacio imponiendo su señorío y ejerciendo su jurisprudencia. La sociedad surgida del repoblamiento era rural, organizada en pequeñas comunidades o aldeas unidas por fuertes lazos de solidaridad interna; lo que, hasta hoy, ha venido siendo siempre una de las características más definitorias de nuestros pueblos.
Son estas tierras especialmente fecundas en tradiciones cuyo origen se pierde en la memoria; creencias nacidas al amparo de parajes míticos que guardan los secretos de la particular forma de ser montañesa.
Lugares emblemáticos por excelencia son los montes como el majestuoso Teleno, adorado como un dios por las tribus astures y asimilado a Marte, “el señor de la guerra”, por los conquistadores romanos, en cuyas entrañas surgía el rayo de las tormentas y a cuyas faldas nace con el derretirse de las nieves que lo coronan el agua de los ríos que dan la vida a los campos; o el Irago, cresta en el Camino de Santiago, donde se oficiaban tanto ritos paganos como se celebraban grandes concilios de la cristiandad. Pero, también son legendarias algunas de las “chanas” que interrumpen los escarpes bien por ser escogidas por las brujas para sus reuniones de aquelarre o por otros motivos menos exotéricos como el prado de Valdemedián (Boisán), donde, bajo una gran losa, cuentan que apareció una representación de un carro tirado con bueyes hecha de oro macizo o el valle de Mascariel (Corporales), en el que, desde tiempo inmemorial, se celebraban “mascaradas” (bailes, procesiones o ceremonias con caretas) para ahuyentar la “papera” (enfermedad infecciosa del ganado).
Fantásticos son los saltos de agua como las cascadas del Fervón del Diablo en Filiel, Lagualta en Tabuyo del Monte, la Fervencia en Foncebadón o la Fervienza en La Baña; las lagunas como la Cernea en Turienzo de los Caballeros en la que, en las noches de luna llena, se puede oír las campanadas de un reloj arrojado a sus aguas por los moros, la de Pobladura de la Sierra, cuyas profundidades “no tienen fin” y se comunica subterráneamente con la Fuente de La Bosilga, … Hay que añadir las cuevas como la Barrerica Blanca en Priaranza de la Valduerna, donde dicen se esconden tras tres puertas inmensos tesoros, “Cuevas de Moro” en Tabuyo del Monte a todas luces de origen antrópico, originada por la extracción aurífera romana en la zona, pero ligada popularmente a los sarracenos y su legendario paso por estas tierras o “Cueva de Mouros” en Castrohinojo, que debió ser también una bocamina, pero poblada de leyenda, pues aseguran los castrohinojanos que dentro se aprecia una bella columna tallada en la piedra... aunque nadie la ha visto.
En las montañas, hasta las piedras son excepcionales y tienen mágicos poderes como las que confieren fertilidad a la mujer que se acerca y roza su vientre contra ella de la que es ejemplo “el morrillo del extremadero” en Castrohinojo o aquellas en las que el Caballo blanco de Santiago dejó impresa su huella a su paso en una de sus batallas contra los infieles (Torneros de la Valdería.
No podemos olvidar que en el inmenso acervo cultural que nos han dejado nuestros ancestros brillan por mérito propio cuentos y consejas, ensalmos, dichos, refranes, sentencias, romances,… que la tradición oral ha conservado hasta nosotros; un folclore único con danzas de antiquísimas reminiscencias, acompañado por canciones de honda raigambre; atuendos de fantásticos colores y detalles,… en definitiva, todo un caudal heredado del pasado.
Sin duda, uno de los pueblos de España más peculiares es el maragato, en ningún modo “maldito” como en otro tiempo le definieron algunos autores como Menéndez Pidal, sino con una personalidad tan marcada e insólita que ha hecho correr ríos de tinta sobre su origen. Durante muchos años, la opinión más generalizada, hoy desmentida por los investigadores, ha sostenido que los maragatos son los descendientes de una tribu árabe cuyo soberano se llamaba Mouregato. Estas gentes se suponía que poblaron la comarca que se extiende a las faldas septentrionales del Teleno, quedando aisladas durante la Reconquista, manteniendo y defendiendo sus costumbres, indumentaria, gastronomía,... hasta nuestros días. Las últimas investigaciones han aportado nuevos datos; pero, de todos modos, la leyenda del rey moro y su pueblo perdido es mucho más sugerente.
Nuestras raigambres y, en general, la vida y la convivencia vecinal han estado reguladas desde antiguo en las Ordenanzas Concejiles que muestran el alto nivel institucional y los fuertes vínculos de sociabilidad que prevalecían (unas de las más destacadas son las que se conservan de Priaranza de la Valduerna del siglo XVII, en las que, curiosamente, se hace alusión a otras ordenanzas anteriores ya deterioradas por el uso y los años, y las de la desaparecida localidad de Prada de la Sierra). Las Ordenanzas tenían funciones que iban más allá de las medidas de protección familiar y aseguraban la propiedad comunal con la que, en muchos casos, los vecinos eran “colectivamente” ricos, aunque individualmente fueran pobres. La comunión de los vecinos de la montaña se mostraba también en la facendera o hacendera para realizar todas las obras que fuesen de utilidad pública (arreglo de fuentes, regueros, caminos,...).
Ligado a la economía local se ejercía la vecera, para sacar a pastar, a diario, a toda la cabaña existente en cada pueblo (vacas, ovejas, cerdos,...) a los comunales bajo la custodia, por turnos establecidos, de cada uno de los vecinos propietarios de reses. Se decía que estaba de “velía” el pastor o “velero”, que, al día siguiente, le tocaba ir con el ganado.
La pobreza de los suelos obligaba al ejercicio de sistemas agrícolas comunales, no sólo referidos al uso del terreno, sino incluso al laboreo, recogida y reparto de la cosecha. Hasta bien entrados los años sesenta en Odollo y otros pueblos de La Cabrera se araban aún los pagos del común para ser sembrados de cereales y ser distribuido el fruto entre la vecindad a fin de que el sustento de las familias quedara asegurado todo el año.
La extracción de leña para el uso doméstico, actividad que data de tiempos remotos, y la fabricación de carbón vegetal como fuente de energía y para avivar el funcionamiento de alguna pequeña industria del entorno como las fraguas, fue una forma de explotación de los montes muy cotidiana que hubo de coordinarse para proteger las masas forestales. En este sentido, las Ordenanzas de los Concejos cumplían la misión de velar por el correcto aprovechamiento del monte; es decir, garantizaban la “sostenibilidad” forestal (palabra tan de moda actualmente) lo que, seguramente, ha permitido que hoy podamos disfrutar de masas como los Pinares de Tabuyo del Monte, Nogarejas, Torneros de la Valdería,… los abedulares de Truchillas y La Baña, los robledales de La Maragatería, las formaciones en galería de los cursos de los ríos y arroyos.
Nada más unido a la tradición y que sirva de mejor seña de identidad que el folklore, la indumentaria y juegos. Pero, nada más lejos de la realidad que intentar encontrar monotonía y simplicidad en estas manifestaciones dentro de las “Montañas del Teleno”. Reiterar las particularidades de las jotas “maragata” y “valderiense” o de las danzas cabreiresas como la del “Rey Nabucodonosor”, es algo que puede resultar casi un tópico; sin embargo, parece más acertado invitar, a través de estas páginas, a todos los lectores a presenciarlas en las fiestas patronales de cada localidad. Sin duda, los danzantes lograrán sorprender tanto por las particularidades de los pasos y movimientos como por el ritmo y la letra de las coplas de las que se acompañan, basadas en la tierra, en los modos de vida de las gentes de estos pueblos y en su lucha contra una naturaleza agreste pero espléndida como ninguna otra. Nuestras canciones, alborozo de seranos y filandones, hablan de peregrinos de paso por estos andurriales, de amores y desamores, de la nobleza y valentía de los arrieros, de esperanzas y de sueños, de caza y de cazadores,… de otros tiempos; aunque nadie podría decir que no fueron escritas ayer mismo.
Desde el punto de vista de la indumentaria popular (sobre todo la ropa festiva), podemos diferenciar dos grandes áreas en Montañas del Teleno con características propias bien definidas. Así, la riqueza de los adornos (hilos de seda, abalorios, abotonaduras de plata,…) y la profusión de colores (cosa que tiene que ver, en ocasiones, con .la edad y con el uso de la prenda para el trabajo o las ceremonias) de los atuendos tradicionales en la vertiente Oriental del Teleno (Maragatería) contrasta con la austeridad de los cabreireses y los valles del Eria y Valdejamuz; no obstante, todos compiten en la belleza de los ornamentos compuestos por delicados bordados, en la singularidad de las prendas (rodaos o manteos, mandiles, polainas, mantones, pañuelos, chambras, cinturones,…), en las caprichosas formas de sus aderezos (los dibujos tallados de las madreñas o galochas son toda una obra de arte), en la forma de colocarlas como en el caso de los pañuelos que las mujeres de cada comarca tenían su forma peculiar de atar sobre sus cabezas o las cintas que asomaban por detrás sobre el manteo.
Los avatares de la historia convirtieron a esta zona en el escenario de continuadas luchas, despoblaciones, reconquista y repoblaciones que motivaron idas y venidas de gentes desde otras tierras con las cuales nuestra ancestral cultura se vio enriquecida. Durante siglos, con el trasiego de hombres y mujeres, se fueron forjando mitos y tradiciones orales enredadas con el testimonio real y el recuerdo del pasado; que han llegado hasta nosotros en forma de leyendas protagonizadas por animales mágicos, peregrinos, romanos, moros y bellas cautivas, duendes, tesoros encantados,… recitadas, de generación en generación.
Al amor del hogar, en la penumbra del fuego, se reunían nuestros mayores para pasar “la velada” (serano, filandón) cuando la radio y la televisión aún no existían. En estas tertulias se trasmitía a las generaciones más jóvenes gran parte de todo el saber acumulado por los mayores, y, de boca en boca, se propagaban, entre otras muchas, historias de peregrinos que no siendo socorridos al invocar caridad por el amor de Dios hicieron recaer la justicia divina sobre los faltos de amor al prójimo, sobre indianos que nunca volvieron, sobre pueblos asolados por la peste cuyos supervivientes abandonaron para siempre, leyendas de premios y tesoros, las sabias consejas sobre el calendario agrícola y la vida y las costumbres en general, las irónicas y socarronas coplas, los “ramos”,… que en cada pueblo se componían con envidiable ingenio para los acontecimientos sociales y las situaciones festivas.
Toda la sabiduría acumulada a través de los años, fruto de la experiencia, se condensa en los refranes y consejas que aún rigen la vida diaria en Montañas del Teleno. Sin duda una de las usanzas más curiosas es la predicción meteorológica bien a partir de la vigilancia del tiempo en los doce primeros días del año nuevo, que resumirá el clima que reine en los doce meses siguientes como es el caso de “las calendas” en La Maragatería o, por el contrario, haciendo las predicciones tomando en cuenta los últimos días del año viejo como en el caso de “las cabañuelas” en la Valdería, ya sea “por delante” (empezando en el día de Santa Lucía, el 13 de Diciembre que representa a Enero hasta llegar al día de Nochebuena que será Diciembre), o las que van “hacia detrás”, dicen que las más fiables (comenzando el día 26 de Diciembre, fecha que tendrá el mismo tiempo que haga en Diciembre del año siguiente, y terminando en Reyes que se corresponde con el mes de Enero en curso). Seguro o cuestionable, la verdad es que la climatología no es una ciencia exacta, pero, sin embargo, aún hoy, las personas mayores que siguen haciendo estas observaciones no suelen equivocarse, en general, tanto como los técnicos, y eso a pesar de los agujeros de la capa de ozono y el temido cambio climático.
La singularidad de la arquitectura en Montañas del Teleno nace de la milenaria historia de estos pueblos. Las formas y estructuras son el resultado del encuentro entre el pasado y el presente armoniosamente enraizados en el paisaje.
Es, realmente, sorprende la riqueza de la edificación popular, cuya pervivencia es muestra del talente de las gentes que levantaron cada una de las obras tanto civiles como religiosas, desde las más humildes a las señoriales, y nos muestra la pericia de largas generaciones de maestros que nos dejaron sus anónimas obras como admirable legado para la posteridad.
La construcción local se transforma en un verdadero arte en el que puede apreciarse una gran variedad de elementos que son fruto de las distintas soluciones que se aplicó en cada ocasión para remediar los problemas que la abrupta orografía, los rigores del clima, la escasez de materiales disponibles y las necesidades propias de los “inquilinos” (familia y ganado) planteaban. De esta fusión resulta la extraordinaria pluralidad constructiva existente dentro de cada conjunto arquitectónico que asoma perenne a las calles por las que la premura no es buena compañera; porque cada casa, cada molino, cada pajar, cada ermita, cada fuente,… incluso cada tapia que abraza los campos, son obras maestras de paciencia, tesón, buen hacer y muestra de la sabiduría secular en Montañas del Teleno.
Las artesanías, nacidas de manos expertas, sabias por la herencia de los antepasados, delicadas por el gusto decorativo y recias por la precisión empleada, tienen también su distintivo en Montañas del Teleno.
De la madera de los bosques, trabados junto a otros elementos, los artesanos hacían nacer multitud de avíos para servir de aperos agrícolas, el ajuar y los enseres domésticos (cucharas, mesas, sillas, camas,...) y hasta algunas prendas de vestir o, mejor dicho, de calzado como las galochas o los chanclos. De troncos nacieron y siguen naciendo los instrumentos musicales que acompañan marcando el ritmo en las canciones que se entonan en las fiestas y celebraciones. Incluso del “otro lado del Charco”, se baila al son de flautas (chiflas), tamboriles y castañuelas, torneadas a partir de maderas tratadas a la antigua usanza (hervidas en calderas a la lumbre). Delicados instrumentos de nogal, urz, espino, moral,... salen de las manos de los “tilenenses”.
La madera sigue aportando prestancia a los muebles que, con diseños ancestrales, se trazan, conforman y pulen en las ebanisterías; obras sin igual, de producción limitada, que están empezando a ser muy valoradas por los expertos y los consumidores más exigentes.
La artesanía de los metales se ha adaptado a los tiempos y siguen perseverando buenos obradores, herencia de la legendaria metalurgia del hierro, que se dedican a la forja decorativa donde se crean piezas a gusto del consumidor, pero siempre con el buen hacer local.
Pero, el talento artesano de estas tierras se percibe por los cinco sentidos. En estas tierras, los aromas nos recuerdan que no podemos olvidarnos de dar satisfacción al gusto. La artesanía alimentaria se lleva sin duda la palma entre todas las artes populares.
Embutidos ahumados por recios troncos de encina, roble o urz y curados al auspicio de los fríos vientos de los montes (chorizo, androllas, lomo, ...) que les confiere un aroma sin igual; salazones de tentador aspecto y delicado gusto como los jamones y cecinas; miel de brezo oscura, densa, sana, con todas las propiedades medicinales de este manjar; chocolates, hojaldres, mantecadas, roscones,… capaces de hacernos entrar en la “gloria”,... forman parte destacada del catálogo de variedades elaboradas con productos naturales, de gran prestancia que podemos degustar y adquirir en estas tierras.
Sin duda, una de las principales transformaciones que se aprecian en Montañas del Teleno es el avance experimentado por la agroalimentación.
La gastronomía en estas tierras conserva un gusto propio, aunque por “los caminos”, de la mano de peregrinos y arrieros, llegaran materias primas y costumbres culinarias de otros lares. Al sentarnos a la mesa podemos sorprendernos degustando platos típicamente marineros, eso sí, con condimentos nacidos tierra adentro, a la prolífica forma del país.
Las recetas que hoy, en pleno siglo XXI, pueden degustar en Montañas del Teleno todos los amantes del buen yantar, hunden sus raíces en una economía en la que la alimentación familiar se basaba en los frutos del huerto y en las carnes y productos de las reses criadas con esmero. La gastronomía local aún lleva la impronta del saber hacer que, al amor de la lumbre, producía, cotidianamente, verdaderos manjares, sin sofisticaciones ni rebuscamientos, pero, cada día, con un toque especial y diferente; platos preparados por manos que no atendían al correr del tiempo, con la paciencia infinita que dicta el “fervir del puchero al calor del borrallo” que deben ser acompañados por unos vinos únicos como los que da esta tierra que traspasa a las uvas el oro del subsuelo como parte de sus propiedades organolépticas.
Son infinitas las posibilidades que existen para conocer todo el encanto y esplendor de estas tierras “tilenenses” que encierran sorpresas y secretos, riquezas monumentales, etnográficas, ecopaisajísticas y cómo no, gastronómicas, fruto de largos siglos de tradición en un territorio, a la vez, mísero y fecundo, yermo y copioso, abrupto y llano, ocre y verde, lóbrego y alegre,... siempre lleno de asombrosos contrastes como es propio de la montaña.
Ana Fe Astorga González. 2021.
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