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Arquitectura tradicional

La marcada diferencia de las comarcas que conforman el territorio de Montañas del Teleno, se manifiesta de forma clara en su arquitectura tradicional. En ella se pueden leer, también, los rasgos diferenciadores del paisaje de cada una de ellas, y la actividad tradicional de sus gentes.





Las zonas más llanas, fertilizadas por los grandes ríos como el Eria, el Jamuz, el Duerna y, desde luego el Órbigo, siempre han tenido vocación agraria. La frescura de los suelos y la cercanía al agua han permitido la explotación, tanto en secano como en regadío, de las llanuras que caracterizan el paisaje de esta zona meridional del territorio. Las arcillas rojas, ricas en óxidos de hierro, han definido los materiales de construcción de viviendas y elementos auxiliares, en los que adobe, tapial y cantos rodados resultan los elementos dominantes.


Por el contrario, en el somontano del Teleno, las faldas de los montes Aquilanos y en la sierra de la Cabrera, con clima mucho más severo y tierra áspera y avara, se han desarrollado formas de vida complementarias a la agricultura, con mayor actividad ganadera y, en el caso de La Somoza, ejerciendo sus hombres durante buena parte del año, la arriería. La piedra domina ahora las construcciones, que agrupan no solo la vivienda familiar, sino también esas otras dependencias como pajares, establos y graneros, imprescindibles en una economía de subsistencia.


Estas particularidades definen distintos tipos de arquitectura tradicional en cada comarca.


LA CABRERA


Sin duda una de las comarcas con mayor personalidad de cuantas conforman Montañas del Teleno, La Cabrera, conserva aún magníficos ejemplos de arquitectura tradicional. Los pueblos son caseríos apiñados, aferrados a las laderas donde se asientan, de singular belleza. Casas por lo general de dos plantas en las que, sin duda, resultan especialmente visibles los corredores volados, cerrados con tablones verticales de madera de roble o de castaño. En algunos de ellos se disponen todavía los hornos, con su forma abombada inconfundible.


Los muros son de piedra cuarcita, gris y austera. Es fácil ver formas redondeadas, de equilibrios imposibles, en vez de esquinas. Las cubiertas son un entramado de grandes lajas de pizarra de mil tonos y matices, que cubre casa y corredor. Algunas elaboradas chimeneas coronan los tejados, ofreciendo soluciones estéticas a unas construcciones eminentemente prácticas. En la planta superior se dispone la vivienda familiar, en la que la cocina, con el fuego en el suelo, centraba la vida. En la inferior se distribuían las cuadras para algunos de los animales de casa, los portones para guardar carro, aperos y los productos del campo. Para acceder al piso superior, la casa cuenta con una escalera exterior, a veces también resguardada por tablones de madera, llamada patín, cuyos escalones solían ser grandes lajas de piedra de una sola pieza.


A las afueras del pueblo suelen conservarse conjuntos únicos de pajares y cuadras, los palleiros, de una sola planta, que muestran aún las viejas cubiertas de paja de centeno. Bien merecen un paseo detenido entre ellos para poder apreciar los mil detalles de su construcción, soluciones ingeniosas que han permitido hacer frente a las necesidades cotidianas aprovechando los recursos, poco generosos, que ofrecen estas montañas de la vertiente occidental del Teleno.


Singulares en el territorio pueden considerarse los palomares que se conservan en pueblos como Corporales o Iruela, así como algún cercado redondo o cuadrado que servía para proteger las colmenas, en los que destacan grandes piedras blancas de cuarzo.


LAS RIBERAS


En las riberas, zonas fértiles y productivas para la agricultura, se perfila un tipo de construcción característico donde el canto rodado, el adobe y el tapial resultan predominantes. Son elementos abundantes y de fácil manejo, a los que muchas veces se une el ladrillo, que puede emplearse como refuerzo puntual del abobe.


El barro es un material muy valorado en la construcción. Con algo de paja y agua, bien pisado, es barato, muy duradero y un magnífico aislante, tanto del calor como del frío. Su aprovechamiento en “las barreras” estaba regulado por los concejos, siendo frecuente la colaboración vecinal a la hora de una nueva construcción. Singulares son también las estructuras de paredes y techos, a base de ramas entrelazadas de chopos, olmos y otros árboles de la ribera, que luego se cubrían con barro. Sus restos todavía son perceptibles entre las ruinas de algunas casas abandonadas.


Las construcciones de ribera son versátiles, por lo general con un patio o corral interior al que abren distintas dependencias agrarias y la propia vivienda familiar. Suelen presentar una o dos plantas y no suele faltar en ellas un desván bien aireado, con suelo por lo general de tabla, donde se guarda los productos de la cosecha. En las zonas de mayor pujanza económica, no es raro ver balcones de forja en la primera planta, así como grandes portones y soportales.


No faltan en estas comarcas más meridionales del territorio de Montañas del Teleno las tradicionales bodegas donde antaño se elaboraba el vino para consumo familiar. Tampoco faltan en las tierras y campos de labor casetas de aperos y guardaviñas, así como algunas norias e incluso, aunque más raro, algún cigüeñal, que permitían extrer agua de pozos a diferente profundidad. Y cerca de los pueblos, las eras, desaparecidas de muchos de ellos por la falta de uso.


LA MARAGATERÍA


Aunque no es el único tipo constructivo de la comarca, sin duda la casa arriera maragata es la más representativa. Muchos pueblos custodian magníficos ejemplos, que se remontan a los siglos XVII y XVIII, cuando la arriería alcanzó su momento álgido, como las casas existentes en Santa Colomba de Somoza, Castrillo, Lagunas o Santiagomillas, entre otros. Materiales, factura y distribución hablan del poder económico de sus moradores y, sobre todo, de su oficio. Grandes portones permitían la entrada de carros y en los amplios corrales, muchas veces empedrados, se cargaban y descargaban las mercancías, que también se solían almacenar en la casa. A estos patios se abrían las estancias domésticas, siendo frecuente un amplio corredor de madera en el piso superior. En ocasiones hay un segundo patio, dedicado a la actividad agraria de la que no podía prescindir la familia, mantenida por las mujeres y los hombres mayores, mientras los más jóvenes pasaban largas temporadas fuera, dedicados a la arriería.


En los pueblos no faltaban molinos junto a cauces y arroyos, ni lavaderos, ni fuentes, algunas muy vistosas y elaboradas, como las fuentes de bóveda en las que una cubierta protegía la lámina de agua, ni potros y fraguas… Y tampoco la bolera donde pasar un buen rato tras el trabajo. Elementos todos de vital importancia en la vida cotidiana de estos valles que “el progreso” ha ido relegando al más absoluto abandono.


El entorno inmediato de los pueblos está, aún hoy, determinado por el gran número de cercas de fincas y tapias de huerto, construidas en piedra, que parcelan el paisaje en pequeñas propiedades y refieren unas formas de vida basadas en la auto-subsistencia.


Queda en Lagunas de Somoza una torre que no es sino el cuerpo de un antiguo molino de viento, un elemento de gran interés y singularidad en la arquitectura local de estos valles.


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